Valentín es miedoso.
No tiene porque. Es capaz de lo que se proponga, aunque él no lo sepa, o no lo crea, o no le interese averiguarlo.
A Valentín le tiemblan las piernas en los momentos culminantes, pero se repone. Tiene la habilidad desobreponerse, de inhibir sus nervios, de guardarse el miedo en el momento crucial.
Valentín me dice que tiene miedo, que no soportaría un fracaso, que el no puede, que él no llega, que él no quiere.
Yo lo escucho a Valentín, le tengo paciencia, la paciencia que presupongo que los demás ya no lo tienen, eso logra Valentín, que haga de tripa corazón y lo escuche con su angustia, aunque a mí se me haga un nudo en la boca del estómago y la ilusión aparezca.
Él tiene miedo de fracasar, tiene miedo de no lograr su cometido. No se aviva el perejil que un tropezón, no es caída.
Todo eso le pasa a Valentín y muchas otras cosas más.
Con Valentín no tengo chance, será por miedo, será por asincronía o simplemente porque no. Lo único que quería era la mirada de Valentín diciéndome que aunque el mundo se acabe, nosotros, vamos a seguir ahí.
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