martes, 15 de noviembre de 2011

Pancracio

Inventemos una historia. Una nueva, sin episodios repetidos.

Primero elijamos un protagonista: Él.

A él le elegimos un nombre: Pancracio. Si, ese nos parece un buen nombre, uno que engloba todas sus cualidades.

Una vez que tenemos a Pancracio, prescindimos del apellido para no tener problemas legales, pensamos en algo que le pueda pasar.

Desestimamos que Pancracio se enamore, que gane la copa del mundo o que se case y tenga una familia feliz. No nos importa que se mude o que la chica que le gusta lo mire enamorada. No, decidimos que es algo más simple aún, por ejemplo que Pancracio se encuentra una moneda en la calle.

Definido lo anterior debemos redactar, las situaciones más divertidas que puedan ocurrirle.



Nuestra historia quedaría así:

Buenas tardes, mi nombre es Pancracio. Soy, como verán, un hombrecito pequeño, medio redondeado medio elíptico, tengo piernas cortas pero flexibles y brazos largos y fuertes (casi tan fuertes como el hilo de la tela de araña e igual de finos)

Ustedes dirán que soy horrible. Pero no, están equivocados. Tengo tres pelos en la cabeza de huevo: uno azul, otro rojo y un tercero que vira del naranja al verde según como le pega la luz. Además tengo dos-ojos-grandes que son del color que ustedes quieran.

A pesar de lo mucho que podría hacerlo no estamos acá para hablar de mis cualidades capilares. Estamos aquí reunidos para que les cuente una anécdota. Si, solo para eso.


Jueves ocho de la mañana me dirijo a comprar el diario, pongo un pie en la calle y la veo, ahí. En la vereda, plateada y sola, manchada de azul. Un número reluce en su superficie, la veo, la ignoro.

Al día de hoy me preguntó porque la ignoré. Si estaba ahí, estaba ahí para que la tomara y me fuera con ella.

No lo hice, no sentí remordimiento esa vez, ni lo siento hoy, quizás no era el momento.



Los días en la vida pasan, cada día pasa como pasa el anterior. No por eso son iguales pero lo cierto es que el tiempo pasa, no se detiene ni siquiera a atarse los cordones de los mocasines, él sale corriendo y no se detiene, corre desde tiempos inmemoriales y lo seguirá haciendo hasta el fin de si mismo.

Mi días pasaron, compre el diario 30 veces, hice el crucigrama de los domingos 5 veces, desayuné 30 veces, fui a trabajar 21 veces, tuve situaciones extraordinarias cada uno de esos días y aun así cada uno de esos días no paso a la historia.

Y un día, un día cualquiera, un día de esos que no prometen nada, puse mis pies en un colectivo línea X y la ví, reluciente en el piso, cerca de la puerta. Reconocí su mancha azul, compartimos el viaje y le dije que viniera conmigo.

Me encariñé, hay gente que se encariña con cosas, fotos, libros muñecos, gente (que no son cosas) yo me encariñé con esa moneda.

Y así pasaron más días, otros tantos crucigramas y sopas de letras domingueros, kilómetros y kilómetros de caminata, hasta que un día pasó lo que tanto me temía.

Salí muy tranquilo con rumbo enciento. Como cualquier otro. Un día común y corriente. Llegué a mi trabajo, pase el día haciendo mi trabajo, me fui a casa. Una sensación de vacío me venía acompañando. Puse la mano en el bolsillo por quincuagésima vez y por quincuagésima vez sentí su ausencia. Volví a sentir el fondo del bolsillo.

De nuevo el género me rozaba el dorso de la mano y mis dedos desesperados la buscaban, mis dedos inquietos, mi ansiedad al máximo. De nuevo la desazón, el borde del agujero, el bolsillo rasgado. De nuevo el saberte en el piso de algún lugar extraño.

1 comentario:

  1. hola doña. por acá todo bien. explotando como siempre a estas alturas del año. pero así.. peleandola. usted?

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