jueves, 17 de noviembre de 2011

Sacudones


Venía a los tropezones Valentín. Las veredas de Buenos Aires no son aptas para los que no miran donde pisan. Además Valentín es de esos que no levantan los pies.

Tiene el alma condensada, concentrada en un punto. Los ojos húmedos le borronean la vista, las piernas le fallan...y están los pozos.

Cada pozo hace que Valentín se sacuda, esa sensación de comerse un escalón se multiplica por mil.

Cada paso es un sacudón.

Uno, dos, tres sacudones.
Un paso firme.
Uno, dos, tres sacudones.
Un paso firme.

Y así...

La repetición se vuelve un vicio peligroso. Sacudones. Tanto se sacude Valentín que empieza a correr el riesgo de empezar a tolerar los choques contra la misma pared antes de encontrar desafíos nuevos.


El viento te sopla en la cara. Vos también te sacudís. Te sacudís en tu entereza etérea, en tus ojos limpios. Ilusos. Inocentes. Tu sonrisa se dibuja escondida, vergonzosa. Pero se asoma. El viento sopla la cara y vos le sonreís a cara abierta, sonrisa enorme y ojos felices.


Y mientras Valentín se tropieza, se cae, se levanta y aprende a caminar...

Y acá estás vos. Detenida en la circunstancia de que a Valentín no le importa realmente que vos estés siquiera en el mismo recuadro cartográfico.

Y ahí seguís vos, dándole la mano para que se levante una y otra vez mientras vos no te animas siquiera a dar tu primer paso.



Oficialmente se confirma que tenés que revisar tus prioridades.

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